31 diciembre - San Odilón de Cluny, quinto abad de Cluny (+ 1049)

“Escucha al menos hoy la voz de tu Madre del Cielo”

En esta noche, cuando la mayoría de mis hijos pasa las últimas horas del año en diversión y disipación, ustedes, mis hijos preferidos, me miran en silencio y en la oración más intensa. Oración de acción de gracias por todos los beneficios que, este año, les fueron dados por el Padre, en el Espíritu Santo, a través de mi Hijo Jesús, a través de la incesante intercesión de mi Inmaculado Corazón.

Este mundo está en poder de mi adversario, que lo domina con su espíritu de orgullo y rebeldía, y conduce a una inmensa multitud de hijos de Dios por el camino del placer, el pecado y la desobediencia a la Ley de Dios, en el desprecio de su voluntad. (...) Pero nada puede resistir la fuerza del amor misericordioso de Dios, que quiere convertir este pobre mundo en una nueva creación. (...)

Miren cómo se rompen el odio y el pecado. Hoy, la mayoría de los hombres ya no observa los Diez Mandamientos del Señor. Su Dios es públicamente ignorado, negado, ofendido y agredido. Cada vez más se profana el día del Señor. Todos los días hay un atentado a la vida. Cada año en el mundo, decenas de millones de niños inocentes son asesinados en el vientre de sus madres y aumenta el número de homicidios, violencia, saqueos y secuestros.

La inmoralidad se despliega como una avalancha de lodo y se divulga a través de las redes sociales y especialmente en el cine, la prensa y la televisión. A través de esta última, cada familia es objeto de una táctica sutil y diabólica de seducción y corrupción. Las víctimas más indefensas son los niños pequeños y los jóvenes, a quienes miro con mi ternura cuidadosa de madre. Solo una poderosa fuerza de oración y penitencia restauradora salvará al mundo de lo que la justicia de Dios ha preparado para aquel que se niega obstinadamente a aceptar cualquier invitación al arrepentimiento. Escucha al menos ahora la voz de tu Madre del Cielo.

Fragmento de un mensaje mariano recibido bajo forma de alocución interior por Don Stefano Gobbi, sacerdote italiano, el 31 diciembre 1982.

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