25 marzo – La Anunciación a María

El gran misterio de la Anunciación

Es un hecho misterioso y determinante. Está envuelto en un misterio, ya que su único testigo fue el actor principal, María.

Todo lo que sabemos de este episodio, nos lo ha dicho María que se lo contó a san Lucas, quien lo relató al comienzo de su evangelio. Los protagonistas de la escena también son misteriosos, insólitos: un ángel hablando con María, el Espíritu Santo que llega a tomarla bajo su sombra. Uno tiene la sensación de que es todo el Cielo al que se invita a entrar a la casa de Nazaret.

Finalmente, misterioso en su efecto: María concibe un hijo sin la intervención de un hombre. Donde el curso normal de las cosas requiere la unión carnal entre el hombre y la mujer, Dios quería que una virgen diera a luz. Este milagro es el cumplimiento de una profecía mesiánica muy antigua: "Pues bien, el Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Isaías 7, 14)."Emmanuel" significa “Dios con nosotros”. Porque, en verdad, es Jesús mismo quien encarna un gran misterio: un Dios que toma nuestra carne.

El evento es determinante porque representa la respuesta de los hombres al plan de Dios. Dios quería que su plan de salvación, la venida de Jesús, dependiera de la respuesta de una joven, la Virgen María: Fiat mihi... "hágase en mí según tu palabra", responde María al ángel. Abriendo el camino de su corazón, María también abrió el de su cuerpo: primero concibió a Jesús en su alma por la fe, antes de concebirlo en su vientre según la carne.

Dios quería que la salvación entrara al mundo por la voluntad de una mujer, María, así como el pecado entró en este también por voluntad de una mujer: Eva. Eva, la "madre de los vivientes", fue causa de muerte para la humanidad, porque a través de ella Adán pecó y el pecado original pasó a todos los hombres. María, la madre de los creyentes, es causa de vida para la humanidad, porque, a través de ella, el nuevo Adán, Jesucristo, vino al mundo para quitar el pecado y restaurar la amistad con Dios en todos los hombres.

El diálogo entre el ángel y María en Nazaret es el reflejo invertido del diálogo entre Eva y la serpiente en el huerto del Edén. A la desobediencia de Eva, María opone la obediencia a Dios: “he aquí la esclava del Señor”. Es a través de esta obediencia que el amanecer de la salvación y el gozo de la humanidad vinieron al mundo.

Padre Agustín-María, Actuailes núm. 113 (25 de marzo de 2020).

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