22 febrero - La cátedra de San Pedro - Beata Isabel de Francia (+1270), fundadora de un convento consagrado a "la Humildad de Nuestra Señora"

“Un arma contra el Demonio, enemigo de todos nosotros”

En una entrevista con el periódico francés La Croix (La cruz), el padre Guillaume de Menthière, profesor de Teología en el College des Bernardins, en París, respondió a algunas preguntas sobre el Rosario. Presentamos algunos extractos:

L.C.: ¿Para qué sirve la oración repetitiva del Rosario? Y, para comenzar, ¿de cuándo data?

G.M.: Se dice que fue comunicada por la misma Virgen a santo Domingo, por tanto, hacia el siglo XII. Poco a poco se fue definiendo y llegó a su forma actual en el siglo XVI.

L.C.: ¿Cuál es la diferencia entre chapelet y Rosario?

G.M.: El chapelet es una parte del Rosario, siendo el Rosario la totalidad de los misterios a meditar, esto es, misterios gozosos, luminosos, dolorosos, gloriosos; en el chapelet, en cambio, solo se meditan unos misterios1.

L.C.: ¿Y por qué los papas le han tomado tanto cariño a esta oración?

G.M.: Es asombroso. ¿Sabe que León XIII, el gran papa de la Doctrina Social de la Iglesia, escribió nada menos que once encíclicas sobre el Rosario? Por no hablar de las cartas y decretos en los que insistía en que el pueblo de Dios volviera al Rosario. Pío XII hizo un uso muy común del Rosario, recomendó rezarlo y lo llamó "el breviario del Evangelio". Juan XXIII dedicó su primera encíclica al Rosario. La primera audiencia general de Pablo VI, al día siguiente de su elección, estuvo dedicada al Rosario. ¡Y no se diga Juan Pablo II!

L.C.: ¿Y el papa Francisco?

G.M.: También habla mucho de él. Dice que la oración es una lucha y que lo que nos puede ayudar en esta lucha es el arma del Rosario. Hay en el rezo del Rosario un ejercicio de paciencia y perseverancia que nos hace fuertes, un arma contra el Demonio, enemigo de todos nosotros. Porque el combate en cuestión es un combate espiritual.

 

1 En español usamos la misma palabra, “Rosario” en ambos casos (nota del traductor).

Fuente: Sophie de Villeneuve

La Croix

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