24 enero – España, Toledo: Nuestra Señora de la Oración - San Francisco de Sales (1567 - 1622)

Entonces corrió directamente hacia su Divina Madre

Estamos en 1586. En ese momento, había en la Iglesia una gran polémica en torno a la predestinación. Calvino había tratado este tema en términos tan directos y desesperados, que en las cátedras de enseñanza católica lo habían atacado violentamente.

Aunque en este punto, Francisco de Sales, un joven saboyano1 que estudia Teología y se remite con los ojos cerrados a las palabras de san Agustín y santo Tomás, se sorprende al pensar: "¿Y si Dios me ha juzgado indigno? ¿Y si Dios me abandona en una mala hora?".

Estos pensamientos se convierten en una obsesión para él. Hay un ataque del Diablo y un sufrimiento purificador permitido por Dios. Tal es la violencia de su dolor, que a menudo vacila y, después de muchas lágrimas, parece entrar en agonía. Redobla su oración para tocar el corazón de Dios. Esta agonía de un alma de 20 años dura seis largas semanas.

Una tarde de enero de 1587, más muerto que vivo y roído por la angustia, entra en la iglesia de San Esteban de Grés y, desesperado, corre directamente hacia su Divina Madre. Humildemente, postrado ante su imagen, abre su corazón a la presencia de Dios. Luego, toma una tablilla colocada en la balaustrada de la capilla y lee devotamente el Acordaos2. Con gran emoción dice: “Oh Virgen, Madre de las vírgenes, a ti recurro, yo pecador gimo a tus pies. No desprecies mi oración. ¡Escúchala!”. Ante este grito del más dolorido de los corazones, la tentación se desvanece. Francisco, el alumno de Teología, ofrece su virginidad a Dios y a la Virgen, en testimonio de lo cual se obliga a rezar el Rosario todos los días de su vida.

 

1 Saboya se unirá a Francia hasta 1860 con el Tratado de Turín.

2 He aquí el texto de esta oración muy antigua: “Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo Divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén” San Bernardo de Claraval, (1090-1153).

Monseñor Francis Trochu, extracto de Saint François de Sales, 1943, págs. 126-132.

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