5 diciembre – Italia, Nuestra Señora de la Anunciación (1470)

La Inmaculada Concepción es femenina como el nombre Espíritu

Al acercarse la festividad solemne de la Inmaculada Concepción de María, el 8 de diciembre, el padre Patrick de Laubier1 nos ofrece su propia meditación sobre la Inmaculada Concepción de María:

Es el Espíritu Santo quien hace posible la Inmaculada Concepción y María toma su nombre, del mismo modo que una mujer toma el nombre de su esposo. El gran misterio que hará posible la Encarnación está asociado con el Espíritu Santo, que en la Trinidad es el amor del Padre y del Hijo, del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre. Dios es infinito y no podemos entenderlo aquí en la Tierra. Pero el amor, en cambio, habla a nuestro corazón por inclinación. Es la vida mística, es la oración.

La Inmaculada Concepción es femenina como el nombre Espíritu que en hebreo es femenino: Ruah. María, la nueva Eva, es mujer y —dice san Ireneo— por el acto de una Virgen obediente a la Palabra de Dios, el hombre revivió y recuperó la vida2. Esta reanimación no solo es válida para la respuesta de María al Ángel, sino que se extiende a toda la historia de la humanidad y a cada uno de nosotros con tal de que la deseemos libremente, pues es parte de la imagen de Dios. De manera análoga, las comunidades y los países reflejan más o menos este parecido.

Sabemos que el mundo entero está en poder del Maligno (1 san Juan 19), pero nuestra fe puede triunfar sobre el mal y exigir que la Voluntad de Dios se haga no solo en el Cielo, sino también en la Tierra. El cristiano no es ni pesimista ni optimista, es un creyente y cree que Dios puede hacer cualquier cosa según un designio cuya comprensión total se nos escapa. Pero Dios toma en cuenta nuestras oraciones, incluso las pide y algunas cosas no las recibimos simplemente porque no las pedimos.

1 Patrick de Laubier, nació el 13 de enero de 1935 y murió el 28 de febrero de 2016. Fue un profesor universitario y sociólogo francés. En 2001 fue ordenado sacerdote.

2 La vida eterna que perdimos a causa del pecado original.

Padre Patrick de Laubier: La Neuvaine

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